En
enero pasado las divisiones inferiores de River Plate de Buenos Aires, hicieron
su pre-temporada en la ciudad de San Jorge, Santa Fe, donde vive mi hija con su
familia.
Un
sábado de mañana jugaban un partido de prueba contra las divisiones inferiores
del mismo club San Jorge, donde hacían los entrenamientos. Vinieron muchos
padres con sus hijos desde toda la provincia y en mi caso fuimos con mi nieto
Nano de 10 años, hincha de River Plate (y de Newell’s de Rosario) a ver el
partido.
Al
llegar un poco antes del comienzo del partido, pudimos presenciar el
precalentamiento de los jugadores. Es la foto que ilustra esta historia. La
denominé, “el sueño del pibe” dado que Nano ama el futbol y juega en el Complejo
Futbol 5 en San Jorge. Es fácil imaginarse lo que puede pasar por la cabeza de
ese niño viendo a entrenar a quienes seguramente serán futuros ídolos
futbolísticos (entre ellos, estaba el hijo de Marcelo Gallardo, Matías, de 16
años).
Extrapolando,
veo la foto y me parece un lindo ejercicio intentar imaginarse a uno mismo: cuantos sueños hemos tenido, desde chicos y
luego a medida que crecíamos en nuestra vida personal, familiar, profesional y
laboral. Y a medida que cumplíamos unos sueños, si iban generando nuevos
sueños, y así sucesivamente. Mi conclusión es que no es solamente el sueño del
pibe, son los sueños que nos acompañan toda la vida.
Soñar es volar con la imaginación, desplegar la capacidad creativa, visualizar el futuro y poner nuestra voluntad en pos de esos objetivos.
Soñar es una creación
netamente cerebral. Es como “ir calentando los motores” de la personalidad.
Y
esto es precisamente los que nos diferencia de la Inteligencia Artificial y de
los algoritmos, que tanto nos sorprenden día a día, cuando recibimos
información de Google o de Facebook recordándonos temas o eventos de muchos
años atrás, prolijamente recopilados y que no dejan de impactarnos (más todo lo
que leemos).
Como
dice el neurocientífico Facundo Manes, nuestro cerebro nos va a diferenciar
siempre a las personas. Para ello, la educación debe motorizar nuestros
recursos cognitivos, sociales y emocionales, que serán siempre irreemplazables.
Nos insta a potenciar las habilidades que nos hacen humanos, y que la
tecnología no podrá nunca imitar ni reemplazar: las emociones, las habilidades
sociales, la creatividad, la intuición y la empatía.
Está
bueno “soñar despiertos” sobre qué queremos para nuestro futuro: lo hacíamos de pibes como Nano y lo debemos
seguir haciendo como “pibes grandes”, toda la vida, porque así seguramente
gozaremos más intensamente nuestro breve paso por este mundo.
Para
finalizar, recuerdo lo que dijo Charles Chaplin, una persona creativa y genial,
que vivió intensamente su vida: “Todos somos aficionados. La vida es tan corta
que no da para más”. Entonces, a soñar y crear y desplegar todos nuestros
sueños, sin demoras y sin miedos.